Morgana LeFey

Nueva chunga de lujo: Morgana Lefey



Caí hace un año por aquí y ya tomé la decisión de escribiros, pero mi vida se mantenía en un orden extraño pero eficaz y no sentí la pulsión de hoy, cuando llevo toda la noche pensando en hasta qué punto soy una tía chunga.

Anoche me fugué de mi casa, de mi vida, de la de mi perra y mi gata, y de la de él, de la de todas las personas que conocía allí. Lloré al dejar a mis niñas, pero cargué la mochila, los bolsos, abrí la puerta y no miré hacia atrás. Corrí hasta sentirme segura y saqué 600€ del banco, me escondí hasta que pude salir huyendo en serio, en un coche camino de cientos de kilómetros de distancia.

Nueve años de vida de los que quizás sólo cambiaría el último año, y sobre todo, los últimos diez días en los que a ratos creía estar inmersa en la trama de "Portero de noche" y, a ratos, en el "Antichrist" de von Trier.

En estos diez días he tenido que vomitar al hombre más íntegro, loco e inteligente del mundo, a mi marido, la clase de tía chunga que soy. Y como la realidad imita al arte, no podía ser menos que una buena película.

En estos diez días he perdido dos tallas, he dormido una media de dos horas al día y apenas he comido. Encerrados en casa, paseando por el parque, pasábamos el día y la noche con el vómito de mis miserias a él, mi autoerigido psicoterapeuta, un santo en el mejor y en el peor sentido de la palabra, porque como todos los santos es perverso, aunque se maten a golpes por lo contrario, y maten si alguien se lo recuerda.

En estos diez días he mirado dentro de mí como nunca. Casi asumiendo sus razones, he de reconocer que he aprendido mucho, porque como es un genio lo hacía mejor de lo que lo hubiera hecho cualquier otro en sus circunstancias. Y cuanto más miraba yo, menos horror sentía, y todo aparecía no embellecido pero sí menos asqueroso de lo que parecía. Le perdí el miedo y mi compañero, al contrario, se lo cogía. Si yo avanzaba por el camino del arrepentimiento, él se crecía, él se tranquilizaba y seguía. Pero yo no podía arrepentirme de mentir y callar, igual que no me arrepiento de quererlo y haber pasado estos años junto a él. Como mucho podía lamentar el dolor que le estaba causando a él todo aquello, y lo hacía y lo hago. Porque callé y mentí después por amarlo. Y como lo he amado con absoluta entrega y sinceridad estos nueve años, me reitero. No cambio estos nueve años por haber hablado. Seguramente no se hubieran producido, así que considero mejor haberlos vivido que no haberlo hecho.

La narración de mi condición de chunga puso al hombre decente y bueno, al conservador en lo moral, con casi veinte años más que yo, ante un cuadro en el que se ha ido pintando esta tía chunga, como en el Retrato de Dorian Grey pero al revés. Salieron las mujeres que pasaron por mi cama, las que vi en espectáculos de sexo en vivo, salieron los tríos con mi pareja de entonces, mis fantasías y fetiches, salió el amante sublime...y todo se desquició. Él no podía competir contra un amante que en mi cabeza era sublime, así que se hacía obligatorio sacar aquel fetiche de mi cabeza, sacarlo de nuestra cama. Y aquí empezó la caña burra, la tortura psicológica, la psicopatía encubierta por el intelecto brillante y la cultura superior. El amante sublime me recordaba que yo era chunga, él era una manifestación de mi chunguedad. Con él desarrollé cualquier historia que se me pasó por la cabeza, él me ató, él me folló como quiso y por donde quiso, cuantas veces quiso, y lo hizo en la playa, en lavabos, en casas prestadas, en garitos, en la calle en un portal, en un despacho, él me hizo convertirme en una perra y a la perra le gustó, o sea, que la esposa tatuada de aquel hombre decente era una tía chunga. Tuve mis botas con punta de acero, muchos pares y todavía, pese a los años, tengo unas. Mentí, callé y dejé ver una imagen que sólo pudiese resultarme favorable...para él, para estar a la altura de sus ojos, porque a diferencia de él yo sí supe hasta qué punto era especial el día que lo conocí. Y he vivido absolutamente entregada a su causa que era la única que me parecía digna de luchar. Todo eso con mis bolas chinas, con mis consoladores, mis Martens, mis tatuajes, con mi rabia, con mi pasado sepultado en la memoria, con mis amantes, con mis drogas y mis desfases...Con todo, me di a muerte, porque a medias no sé hacerlo. Y lo amé, y follamos como los dioses. Lástima que él sólo quisiera ser el único y no pasar a la historia de mi vida como el mejor. Tocamos muchas veces la gloria pero si una tía chunga se enamora de un hombre decente, supongo que sólo te queda esperar cuánto vas a tardar a volver a estar en el fango.

También sé a estas alturas, que una tía chunga es adictiva. Y él, hombre decente, inteligente y genial también lo sabe. Ahora es posible que me odie casi en la misma medida en que me ama. Yo solamente lo amo y descanso. No, el morbo de "Portero de noche" no mola nada. Tengo todavía el sabor del fango en la boca.